miércoles, 1 de mayo de 2013

La Escuela, ¿una empresa o una comunidad?



La segunda conferencia a la que asistimos en nuestras charlas sobre innovación educativa fue la realizada por  el director del colegio Carmelitas de Elda. Dentro de los objetivos de esta charla encontrábamos: el entender la innovación como una estrategia fundamental en la gestión de un centro, comprender la orientación al servicio y al mercado como forma de actuar en un entorno competitivo, darse cuenta de la importancia de una “marca” para un centro educativo y conocer las herramientas para llevar a cabo la innovación. Como iremos descubriendo poco a poco en este escrito, la charla ofreció un punto de vista totalmente diferente a “la escuela como comunidad” y se baso en el modelo de “escuela como empresa”.

Una de las cuestiones que se trató en esta conferencia fue: “¿qué es un centro educativo”. Evidentemente, no existe una respuesta única a este efecto. Según el director del colegio Carmelitas, un centro educativo es un servicio al cliente para un bien común y no individual, es una empresa que puede ser de carácter público o privado. En mi opinión, esta contestación queda un poco fría. Una de las funciones de la escuela es socializar al individuo y una de las cuestiones que trabaja esta “empresa” (como definía el conferenciante) es la educación del ser humano. Con estas teorías expuestas en la charla parece que estamos cosificando al ser humano, como si de un producto de ordenador se tratara. Esto no ético y evidentemente, una de las cuestiones que trabaja la escuela en el ser humano es el desarrollo de la ética, la moralidad, el espíritu crítico y todos los valores que harán de la nuestra, una sociedad mucho mejor. En mi opinión, un centro educativo es primeramente el lugar físico dónde el alumno pasa la mayor parte de su tiempo, dónde comparte actividades con sus iguales, con sus maestros, con la administración y demás trabajadores. Tiene una función humanizadora, porque precisamente su tarea es socializar educando mediante aprendizaje significativos. A segunda escala por lo tanto, es un lugar que está conectado con la sociedad, con su entorno, que da respuestas y plantea preguntas. La visión del director de Carmelitas es extremista, parece que un centro educativo solo puede “ofrecer” y esto, en mi opinión, no es cierto.

Según el conferenciante, el marketing puede ayudar en un centro educativo. En la charla se definió como la actividad de la organización y conjunto de procesos para crear, intercambiar, comunicar o entregar ofertas que tienen valor para los consumidores, clientes, socios y la sociedad en general.  Pienso que el marketing entendido como actividad que busca la mejora de un centro educativo a todos sus niveles: mejora de la formación del profesorado, mejorar el rendimiento y motivación del alumnado y de los trabajadores, mejora de sus instalaciones; debería ser bienvenido en toda escuela. Sin embargo, en un entorno educativo cuesta utilizar la palabra marketing, quizás sea más apropiado el término innovación educativa. Por supuesto que el marketing como concepto que tiene en cuenta en su desarrollo el entorno social al que va dirigido la actividad tiene su total cabida en cualquier centro escolar que ha de saber administrarse y evolucionar al ritmo social.



A continuación, aclararemos que innovación educativa e innovación docente no corresponden a un mismo concepto. La innovación educativa, según el conferenciante, transmite dos mensajes: “lo viejo” (es decir, aquellos paradigmas basados en la docencia y centrado en el profesor) y “lo nuevo” (aquellos paradigmas basados en el aprendizaje y centrados en el alumno). La escuela funciona con estos dos paradigmas: cuando el profesor habla, el alumno aprende, cuando el alumno lee, aprende; cuando el alumno es capaz de repetir, ya aprendió. Los exámenes son, según el conferenciante, “la prueba del algodón” de cualquier innovación educativa. En el caso de la innovación docente, es el maestro quien necesita razones para innovar ya que en esta profesión no son tan evidentes como en otras. Por ejemplo, el médico, el nutricionista, el óptico, el arquitecto o el ingeniero necesita innovar día tras día ya que de ello depende su labor. Según el conferenciante, el docente necesita las siguientes razones para innovar: adaptarse a una situación de cambio, mejorar actividades que habitualmente hacemos, hacer algo que antes no podíamos hacer. En cualquier caso, el impacto de la innovación educativo afecta no solo al docente y al alumno sino a toda la comunidad educativa. El conferenciante, además, aclaró que es importante demostrar que se innova y aunque sea difícil y menos evidente innovar en el aula, se ha de dejar constancia. En mi opinión, son precisamente esas ganas de establecer publicaciones y de innovar a toda costa lo que ha generado tanta competitividad entre maestros. Innovar sí, pero para compartir, para mejorar las perspectivas presentes; y no hacerlo egoístamente para “darse a conocer”. La innovación ha de ser humilde y cayendo en este vocabulario empresarial corremos el riesgo de funcionar, en educación, como las empresas farmacéuticas y sus patentes.

Seguidamente llegamos al punto que, realmente para poder innovar, un maestro necesita vocación. Por ello, pienso que la vocación de un docente no solo es necesaria sino que es primordial. Lo es todo, sin vocación un maestro pierde con la edad las ganas de trabajar, las ganas de enseñar y lo más importante, las ganas de seguir aprendiendo. Con vocación, aprendemos y aprendiendo, enseñamos cada vez mejor. No se trata de cantidad si no de la calidad de nuestras clases. Un buen docente es aquel que se motiva y motiva al alumnado, aquel que lucha contra el fracaso escolar, aquel que avanza con la sociedad y enseña un punto de vista subjetivo promoviendo el análisis crítico de sus alumnos, y no imponiendo ideas. Un buen profesor es lo que todo niño se merece tener: un profesor con vocación.

Evidentemente el maestro a lo largo de su trayectoria se va a encontrar con impedimentos y uno de los más comunes en España es precisamente la legislación. Una ley cambiante con cada partido político que no da seguridad, que no tiene ninguna base. Es lógico el índice de fracaso escolar que hay en España, teniendo en cuenta que cada partido político decide llevar la educación hacia el viento más favorable. Las primeras elecciones democráticas después de la Guerra Civil se celebraron el 6 de diciembre de 1978, cuando se aprobó en referéndum la Constitución Española. Desde entonces y desde la Ley General de Educación de 1970, España ha tenido siete leyes educativas:
-          En 1980, la LOECE, Ley Orgánica del Estatuto de Centros Escolares
-          En 1985, la LODE, Ley Orgánica Reguladora del Derecho a la Educación
-          En 1990, la LOGSE, Ley Orgánica de Ordenación General del Sistema Educativo
-          En 1995, la LOPEG, Ley Orgánica de la Participación, la Evaluación y el Gobierno de los Centros.
-          En 2002, la LOCE, Ley Orgánica de Calidad de la Educación
-          En 2006, la LOE,  Ley Orgánica de Educación
-          En 2012, la LOMCE, Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa.


Según,  el artículo “Calidad Educativa y las Normas ISO” extraído de la siguiente web (ver enlace) el objetivo de las normas ISO  es orientar,  coordinar, simplificar y unificar los usos para conseguir menos costes y mayor efectividad. Estas normas son indicativas, orientativas para cualquier tipo de empresa, por ello es difícil su aplicación a un aspecto tan concreto como la educación. Digamos que estas normas explican los criterios básicos de cualquier empresa para desarrollar un sistema eficaz de calidad. El cumplimiento de estos requisitos debe ser cerciorado por une entidad externa, totalmente independiente y que controlará estos aspectos de forma muy estricta. Muchos centros educativos están adaptándose a estas normas para recibir ese certificado de calidad educativa ya que son de carácter práctico y no académico. En estas normas, la educación es considerada como un producto, es decir educación es conocimientos,  aptitudes intelectuales, competencias, hábitos y actitudes del educando. De esta forma se considera a los educandos y sus familias, los clientes. El siguiente paso en la aplicación de las normas ISO al ámbito educativo es reconocer la legislación educativa y aplicarla garantizando su calidad como requisito básico. Seguidamente, habrá que reconocer los requisitos de nuestros clientes y garantizarlos.  Por otra parte, según el Blog El Economista, las normas EFQM constituyen el Modelo Europeo de Excelencia y más que unas normas, es una autoevaluación por parte de los directivos. Para ello se hace un autoanálisis acerca del funcionamiento de la organización usando la guía de Criterios de Excelencia y Reglas de Evaluación. Por estas razones, lo normal en estos centros educativos que comienzan a utilizar estas normas es comenzar por la aplicación de las normas ISO y seguidamente establecer los criterios del EFQM. En el anteproyecto de ley de la LOMCE se garantizaba una mayor autonomía del profesorado y una gestión del centro que podría ser realizada en un futuro por un profesional cualificado externo a la Comunidad Educativa. Antes estas perspectivas, es lógico y normal que muchos centros educativos intenten aplicar estas normas que seguiría cualquier empresa de venta de productos. Sin embargo, mi opinión es que de nuevo, estamos cosificando la educación. Hablamos aquí de centros educativos con niños, con personas que tienen sus capacidades, sus necesidades, sus intereses. No podemos calcular de forma exacta los resultados, no podemos garantizar el cumplimiento de todos los objetivos de cualquier programa o proyecto educativo. No me agrada la idea de la aplicación de estas normas al ámbito educativo. Si éstas permanecieran en el ámbito administrativo, aún sería
comprensible pero aplicadas al aula no me resultan útiles.

            Todo esto, conlleva actualmente que las administraciones educativas apuesten por medir los resultados de aprendizaje de las escuelas para establecer sus dotaciones en función de sus resultados. Esta idea me resulta francamente injusta partiendo de la base que todo centro educativo debe o al menos debería enfocarse hacia el aprendizaje. Es decir, los resultados de aprendizaje que pretende evaluar la administración ya vienen intrínsecos en la naturaleza de cualquier centro educativo. Pero, puestos a medir, las preguntas a plantearse son: ¿realmente puedo medir un aprendizaje determinado como la suma o la guerra civil? ¿puedo medir en función de los resultados de unos exámenes y comparar los obtenidos por niños de un barrio marginal o los obtenidos por un colegio elitista? Y en tal caso, ¿cómo medir teniendo en cuenta las condiciones de cada centro y de cada alumno? Estas preguntas tienen un planteamiento complicado y es que parten del hecho de que cada alumno es diferente, por ello reclamamos tanta individualidad y adaptabilidad al currículum educativo, y además cada centro tiene su propia identidad. Por ejemplo, un centro crea su identidad entorno al fomento de valores como el respeto, la amabilidad, la no violencia puesto que está situado en un barrio en el que conviven diferentes etnias; otro centro quizás está orientado hacia el aprendizaje de idiomas y no dé tanta importancia a los valores. ¿Cómo puedo medir los resultados de ambos centros? Y lo que es peor, ¿Cómo puedo compararlos? Para medir resultados y otorgar dotaciones, tenemos de forma implícita una comparación. Pienso que se pueden comparar los centros educativos en cuanto a número de alumnos, número de docentes, calidad de instalaciones; pero no podemos comparar el aprendizaje, sencillamente porque éste parte del mismo entorno del niño: no es el mismo aprendizaje el de una escuela unitaria en el campo que el de una escuela de ciudad. Considero que en el ámbito de evaluación de aprendizaje, estas medidas son innecesarias.


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