La segunda
conferencia a la que asistimos en nuestras charlas sobre innovación educativa
fue la realizada por el director del
colegio Carmelitas de Elda. Dentro de los objetivos de esta charla
encontrábamos: el entender la innovación como una estrategia fundamental en la
gestión de un centro, comprender la orientación al servicio y al mercado como
forma de actuar en un entorno competitivo, darse cuenta de la importancia de
una “marca” para un centro educativo y conocer las herramientas para llevar a
cabo la innovación. Como iremos descubriendo poco a poco en este escrito, la
charla ofreció un punto de vista totalmente diferente a “la escuela como
comunidad” y se baso en el modelo de “escuela como empresa”.
Una de las
cuestiones que se trató en esta conferencia fue: “¿qué es un centro educativo”.
Evidentemente, no existe una respuesta única a este efecto. Según el director
del colegio Carmelitas, un centro educativo es un servicio al cliente para un
bien común y no individual, es una empresa que puede ser de carácter público o
privado. En mi opinión, esta contestación queda un poco fría. Una de las
funciones de la escuela es socializar al individuo y una de las cuestiones que
trabaja esta “empresa” (como definía el conferenciante) es la educación del ser
humano. Con estas teorías expuestas en la charla parece que estamos cosificando
al ser humano, como si de un producto de ordenador se tratara. Esto no ético y
evidentemente, una de las cuestiones que trabaja la escuela en el ser humano es
el desarrollo de la ética, la moralidad, el espíritu crítico y todos los
valores que harán de la nuestra, una sociedad mucho mejor. En mi opinión, un
centro educativo es primeramente el lugar físico dónde el alumno pasa la mayor
parte de su tiempo, dónde comparte actividades con sus iguales, con sus
maestros, con la administración y demás trabajadores. Tiene una función
humanizadora, porque precisamente su tarea es socializar educando mediante
aprendizaje significativos. A segunda escala por lo tanto, es un lugar que está
conectado con la sociedad, con su entorno, que da respuestas y plantea
preguntas. La visión del director de Carmelitas es extremista, parece que un centro
educativo solo puede “ofrecer” y esto, en mi opinión, no es cierto.
Según el
conferenciante, el marketing puede ayudar en un centro educativo. En la charla
se definió como la actividad de la organización y conjunto de procesos para
crear, intercambiar, comunicar o entregar ofertas que tienen valor para los
consumidores, clientes, socios y la sociedad en general. Pienso que el marketing entendido como
actividad que busca la mejora de un centro educativo a todos sus niveles:
mejora de la formación del profesorado, mejorar el rendimiento y motivación del
alumnado y de los trabajadores, mejora de sus instalaciones; debería ser
bienvenido en toda escuela. Sin embargo, en un entorno educativo cuesta
utilizar la palabra marketing, quizás sea más apropiado el término innovación
educativa. Por supuesto que el marketing como concepto que tiene en cuenta en
su desarrollo el entorno social al que va dirigido la actividad tiene su total
cabida en cualquier centro escolar que ha de saber administrarse y evolucionar
al ritmo social.
A
continuación, aclararemos que innovación educativa e innovación docente no
corresponden a un mismo concepto. La innovación educativa, según el
conferenciante, transmite dos mensajes: “lo viejo” (es decir, aquellos
paradigmas basados en la docencia y centrado en el profesor) y “lo nuevo” (aquellos
paradigmas basados en el aprendizaje y centrados en el alumno). La escuela funciona
con estos dos paradigmas: cuando el profesor habla, el alumno aprende, cuando
el alumno lee, aprende; cuando el alumno es capaz de repetir, ya aprendió. Los
exámenes son, según el conferenciante, “la prueba del algodón” de cualquier
innovación educativa. En el caso de la innovación docente, es el maestro quien
necesita razones para innovar ya que en esta profesión no son tan evidentes
como en otras. Por ejemplo, el médico, el nutricionista, el óptico, el
arquitecto o el ingeniero necesita innovar día tras día ya que de ello depende
su labor. Según el conferenciante, el docente necesita las siguientes razones
para innovar: adaptarse a una situación de cambio, mejorar actividades que
habitualmente hacemos, hacer algo que antes no podíamos hacer. En cualquier
caso, el impacto de la innovación educativo afecta no solo al docente y al
alumno sino a toda la comunidad educativa. El conferenciante, además, aclaró
que es importante demostrar que se innova y aunque sea difícil y menos evidente
innovar en el aula, se ha de dejar constancia. En mi opinión, son precisamente
esas ganas de establecer publicaciones y de innovar a toda costa lo que ha
generado tanta competitividad entre maestros. Innovar sí, pero para compartir,
para mejorar las perspectivas presentes; y no hacerlo egoístamente para “darse
a conocer”. La innovación ha de ser humilde y cayendo en este vocabulario
empresarial corremos el riesgo de funcionar, en educación, como las empresas
farmacéuticas y sus patentes.
Seguidamente
llegamos al punto que, realmente para poder innovar, un maestro necesita
vocación. Por ello, pienso que la vocación de un docente no solo es necesaria
sino que es primordial. Lo es todo, sin vocación un maestro pierde con la edad
las ganas de trabajar, las ganas de enseñar y lo más importante, las ganas de
seguir aprendiendo. Con vocación, aprendemos y aprendiendo, enseñamos cada vez
mejor. No se trata de cantidad si no de la calidad de nuestras clases. Un buen
docente es aquel que se motiva y motiva al alumnado, aquel que lucha contra el
fracaso escolar, aquel que avanza con la sociedad y enseña un punto de vista
subjetivo promoviendo el análisis crítico de sus alumnos, y no imponiendo
ideas. Un buen profesor es lo que todo niño se merece tener: un profesor con
vocación.
Evidentemente
el maestro a lo largo de su trayectoria se va a encontrar con impedimentos y
uno de los más comunes en España es precisamente la legislación. Una ley
cambiante con cada partido político que no da seguridad, que no tiene ninguna
base. Es lógico el índice de fracaso escolar que hay en España, teniendo en
cuenta que cada partido político decide llevar la educación hacia el viento más
favorable. Las primeras elecciones democráticas después de la Guerra Civil se
celebraron el 6 de diciembre de 1978, cuando se aprobó en referéndum la
Constitución Española. Desde entonces y desde la Ley General de Educación de
1970, España ha tenido siete leyes educativas:
-
En 1980, la LOECE, Ley Orgánica del Estatuto de
Centros Escolares
-
En 1985, la LODE, Ley Orgánica Reguladora del
Derecho a la Educación
-
En 1990, la LOGSE, Ley Orgánica de Ordenación
General del Sistema Educativo
-
En 1995, la LOPEG, Ley Orgánica de la
Participación, la Evaluación y el Gobierno de los Centros.
-
En 2002, la LOCE, Ley Orgánica de Calidad de la
Educación
-
En 2006, la LOE,
Ley Orgánica de Educación
-
En 2012, la LOMCE, Ley Orgánica para la Mejora
de la Calidad Educativa.
Según, el artículo “Calidad Educativa y las Normas
ISO” extraído de la siguiente web
(ver enlace) el objetivo de las normas ISO
es orientar, coordinar, simplificar
y unificar los usos para conseguir menos costes y mayor efectividad. Estas
normas son indicativas, orientativas para cualquier tipo de empresa, por ello
es difícil su aplicación a un aspecto tan concreto como la educación. Digamos
que estas normas explican los criterios básicos de cualquier empresa para
desarrollar un sistema eficaz de calidad. El cumplimiento de estos requisitos
debe ser cerciorado por une entidad externa, totalmente independiente y que
controlará estos aspectos de forma muy estricta. Muchos centros educativos
están adaptándose a estas normas para recibir ese certificado de calidad
educativa ya que son de carácter práctico y no académico. En estas normas, la
educación es considerada como un producto, es decir educación es
conocimientos, aptitudes intelectuales,
competencias, hábitos y actitudes del educando. De esta forma se considera a
los educandos y sus familias, los clientes. El siguiente paso en la aplicación
de las normas ISO al ámbito educativo es reconocer la legislación educativa y
aplicarla garantizando su calidad como requisito básico. Seguidamente, habrá
que reconocer los requisitos de nuestros clientes y garantizarlos. Por otra parte, según el Blog El Economista, las normas EFQM
constituyen el Modelo Europeo de Excelencia y más que unas normas, es una
autoevaluación por parte de los directivos. Para ello se hace un autoanálisis
acerca del funcionamiento de la organización usando la guía de Criterios de
Excelencia y Reglas de Evaluación. Por estas razones, lo normal en estos
centros educativos que comienzan a utilizar estas normas es comenzar por la aplicación
de las normas ISO y seguidamente establecer los criterios del EFQM. En el
anteproyecto de ley de la LOMCE se garantizaba una mayor autonomía del
profesorado y una gestión del centro que podría ser realizada en un futuro por
un profesional cualificado externo a la Comunidad Educativa. Antes estas
perspectivas, es lógico y normal que muchos centros educativos intenten aplicar
estas normas que seguiría cualquier empresa de venta de productos. Sin embargo,
mi opinión es que de nuevo, estamos cosificando la educación. Hablamos aquí de
centros educativos con niños, con personas que tienen sus capacidades, sus
necesidades, sus intereses. No podemos calcular de forma exacta los resultados,
no podemos garantizar el cumplimiento de todos los objetivos de cualquier
programa o proyecto educativo. No me agrada la idea de la aplicación de estas
normas al ámbito educativo. Si éstas permanecieran en el ámbito administrativo,
aún sería
comprensible pero aplicadas al aula no me resultan útiles.
Todo
esto, conlleva actualmente que las administraciones educativas apuesten por
medir los resultados de aprendizaje de las escuelas para establecer sus
dotaciones en función de sus resultados. Esta idea me resulta francamente
injusta partiendo de la base que todo centro educativo debe o al menos debería
enfocarse hacia el aprendizaje. Es decir, los resultados de aprendizaje que
pretende evaluar la administración ya vienen intrínsecos en la naturaleza de
cualquier centro educativo. Pero, puestos a medir, las preguntas a plantearse
son: ¿realmente puedo medir un aprendizaje determinado como la suma o la guerra
civil? ¿puedo medir en función de los resultados de unos exámenes y comparar
los obtenidos por niños de un barrio marginal o los obtenidos por un colegio
elitista? Y en tal caso, ¿cómo medir teniendo en cuenta las condiciones de cada
centro y de cada alumno? Estas preguntas tienen un planteamiento complicado y
es que parten del hecho de que cada alumno es diferente, por ello reclamamos
tanta individualidad y adaptabilidad al currículum educativo, y además cada
centro tiene su propia identidad. Por ejemplo, un centro crea su identidad
entorno al fomento de valores como el respeto, la amabilidad, la no violencia
puesto que está situado en un barrio en el que conviven diferentes etnias; otro
centro quizás está orientado hacia el aprendizaje de idiomas y no dé tanta
importancia a los valores. ¿Cómo puedo medir los resultados de ambos centros? Y
lo que es peor, ¿Cómo puedo compararlos? Para medir resultados y otorgar
dotaciones, tenemos de forma implícita una comparación. Pienso que se pueden
comparar los centros educativos en cuanto a número de alumnos, número de
docentes, calidad de instalaciones; pero no podemos comparar el aprendizaje,
sencillamente porque éste parte del mismo entorno del niño: no es el mismo
aprendizaje el de una escuela unitaria en el campo que el de una escuela de
ciudad. Considero que en el ámbito de evaluación de aprendizaje, estas medidas
son innecesarias.
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